El nombre de Wall Street (calle del Muro) procede de que en ese lugar había estado emplazado el muro defensivo de la ciudad holandesa de Nueva Amsterdam para protegerse de los indios y de los británicos, a quienes al fin y a la postre acabaron conquistándola para seguidamente cambiarle el nombre por el de Nueva York. Allí se creó en 1792 a la sombra de un platanero, la que actualmente es la Bolsa más famosa del mundo, la New York Stock Exchange (NYSE). Este mercado ha sufrido hasta ahora cuatro grandes cracks: 1869, 1893, 1929 y 1987; en este epígrafe vamos a comentar el tercero.
Cómo Empezó la crisis del 29 en Estados Unidos
Desde 1928 la especulación en bolsa se convirtió en el pasatiempo nacional; por ejemplo, desde marzo de ese año hasta septiembre del siguiente los precios de muchas acciones se multiplicaron por tres o por cuatro. Los precios aumentaban porque los inversores privados e institucionales estaban convencidos de que aún subirían más, lo que a su vez alimentaba la cadena de la euforia bursátil.
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Además, en Wall Street existía la posibilidad de adquirir las acciones a crédito con sólo pagar una garantía también llamada “margen” del 10% y el resto se financiaba mediante un préstamo concedido ad hoc con los tipos de interés de estos préstamos oscilaban entre el 7% y el 12% nominal. Esto producía un apalancamiento realmente importante; así, si usted tiene 10 dólares y una acción cuesta dicha cantidad, en lugar de adquirirla compraría 10 acciones pagando un dólar de garantía por cada una y el resto a crédito. Su ganancia se multiplicaría por diez antes de pagar los intereses del préstamo, lo mismo que lo haría su pérdida, pero en un mercado de valores alcista como el de 1929 nadie pensaba en perder.

También surgieron otras formas de apalancamiento desarrolladas por grandes firmas; sirve como ejemplo, entre los muchos de la época, el caso de la Trading Corporation, fundada a finales de 1928 por Goldman y Sachs con objetivo de especular con acciones en el ambiente tan propicio de aquella época. Se emitieron cien millones de dólares en acciones con los que se adquirieron acciones de otras compañías. En el verano de 1929, la compañía anterior fundó la Shenandoah Corporation con el mismo objetivo de adquirir acciones de otras empresas. Trading se quedó con las acciones ordinarias de Shenandoah y se emitieron acciones preferentes que fueron vendidas al público. Las ganancias eran para la compañía matriz ya que los accionistas preferentes sólo cobraban un rendimiento fijo. Shenandoah fundó la Blue Ridge Corporation siguiendo el mismo proceso, de tal manera que el incremento apalancado del valor de las acciones ordinarias de esta última aumentaba el valor de la cartera de valores y el de las acciones ordinarias de Shenandoah, que a su vez, hacían engordar la cartera de trading y el valor de sus propias acciones ordinarias.
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Causas del crack del 29 en Wall Street
Este sistema fue bien mientras el mercado subía y las acciones de Trading llegaron a situarse a 222,50 dólares (habiendo sido emitidas a 104 dólares), pero el apalancamiento también actúa en sentido inverso, y así cuando el mercado cayó, la cotización de Trading se desplomó llegando a un precio de 1,75 dólares en 1932.
Muchos conocidos financieros de la época ayudaron a implusar la euforia, como por ejemplo del presidente del Chase Manhattan Bank que se forró vendiendo al descubierto las acciones de su banco. El más famoso y que se acabó arruinando fue Irving Fisher quien curiosamente era un defensor de la teoría del valor intrínseco de los activos financieros y que se hizo famoso cuando unos días antes del crack señalo que las cotizaciones bursátiles han alcanzado lo que parece un permanente alto nivel de estabilización.
Por el contrario, aquellos que avisaban del peligro eran denigrados hasta la saciedad.
Durante este mes y parte de octubre las cotizaciones bajaban más de lo que subían, era como si el mercado se resistiera a lo inevitable.
Por fin llegó el día 21 de octubre. El mercado comenzó a caer alarmantemente, lo que provocó la demanda de mayores garantías colaterales a los clientes que compraban a crédito. Como estos no podían pagarlas, tuvieron que dar órdenes de venta con lo que alimentaron la caída. El volumen de acciones negociadas alcanzó los seis millones de títulos (multiplíquese por 60 y se tendrá una idea de lo que sería hoy tal volumen de negociaciones). El 24 de octubre el volumen de acciones negociadas alcanzaba los 13 millones y los teletipos tenían problemas para dar rápidamente las noticias bursátiles llegando a dar las cotizaciones con casi dos horas de retraso.
Ese mismo día los grandes banqueros decidieron comprar masivamente en un intento de detener el pánico y la consiguiente caída.
El presidente de la nación, Herbert Hoover, declaró: “El negocio esencial del país… se encuentra sobre una base sólida y próspera”. No sirvió de nada. Así se llegó al “martes negro”, el día 29 en el que se negociarían más de 16 millones de acciones. Los rumores de que grandes financieros y banqueros vendían no hicieron más que estimular el pánico ya existente.
La caída no se detuvo hasta el año 1932, cuando ya las principales compañías del país habían perdido el 95% de su valor de tres años antes.
Como en todos los descalabros bursátiles, se buscaron culpables. Algunos acudieron al Congreso a dar explicaciones y otros se suicidaron.
Algunos expertos economistas explicaron a posteriori que durante el verano de 1929 se había producido una caída de la producción industrial y de otros índices económicos disponibles en aquel entonces. El mercado de valores, de una manera racional, había reaccionado ante dichas influencias. La culpa, en opinión de Galbraith, no fue de la especulación ni de sus secuelas, sino de factores completamente externos. Entre los intentos que se hicieron para evitar que se repitiese otra crisis parecida estuvo la creación de la Securities and Exchange Commision.
Consecuencias de la Gran Depresión
El hundimiento de la Bolsa del año 1929 no sólo marcó el inicio de la gran depresión americana de la primera mitad del siglo XX, sino que causó una gran impresión en el resto del mundo occidental, que se vio afectado dramáticamente por la depresión norteamericana y ello hizo que perdurara en la memoria de la gente los efectos devastadores de un crack bursátil más tiempo del normal. Por supuesto, no todos los inversores perdieron; por ejemplo, Joseph Kennedy y Bernard Baruch vendieron sus acciones poco antes de la crisis. Este último, uno de los más famosos inversores en Bolsa de todos los tiempos, tenía una frase que decía a todo aquel que le preguntaba sobre el juego de la Bolsa: “si estás dispuesto a prescindir de todo lo demás, a dedicarte al estudio de toda la historia del mercado y de todas las empresas importantes cuyas acciones se cotizan en Bolsa con el mismo cuidado con que un estudiante de Medicina estudia anatomía; si puedes hacer todo eso y además tienes los nervios firmes de un gran jugador, el sexto sentido de los videntes y el coraje de un león, entonces puede que cuentes con alguna, muy pequeña probabilidad”.
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